MANUEL SANCHEZ RODRIGUEZ MANUEL SANCHEZ RODRIGUEZ

Apuntes sobre el “fracaso de Kant”, según Alasdair MacIntyre (II)

En la entrada anterior comenzamos a revisar la exposición que MacIntyre lleva a cabo de la filosofía moral de Kant. En particular, para el primero se sostienen en el planteamiento del clásico alemán dos tesis principales. La primera de ellas es que las reglas de la moral obligan sin excepción a todo ser racional, por lo que no importa la capacidad de tal ser para cumplir con ellas. En relación con esto, defendimos que es cierto que las reglas morales obligan a todo ser racional, pero esto no significa que para Kant deje de tener relevancia la capacidad de enjuiciar y de decidir prudentemente en la situación particular. Considerados meramente como un ser racional, estamos obligados a actuar, sin más; pero de un sujeto no sólo podemos pensar que es racional, sino también que es un agente real que debe actuar en la naturaleza, lo cual nos obliga a atender a su prudencia y a su facultad de enjuiciamiento. Kant atiende a esta complejidad y riqueza de la experiencia moral, pero esto es soslayado en la interpretación de MacIntyre. Nos centraremos ahora en la segunda tesis que, según MacIntyre, es sostenida por Kant.

Segunda tesis: “Kant, por supuesto, no tiene la menor duda sobre qué máximas son efectivamente expresión de la ley moral” (Tras la virtud, ed. Alianza, p. 65). Sin embargo, más bien es lo contrario; Kant está convencido de que no podemos conocer cuándo una máxima es expresión de la ley moral: “Es, en realidad, absolutamente imposible determinar por experiencia y con absoluta certeza un solo caso en que la máxima de una acción, conforme por lo demás con el deber, haya tenido un asiento exclusivamente en fundamentos morales y en la representación del deber” (Fundamentación, ed. Encuentro, p. 38). La idea es recurrente en la Fundamentación. No estamos hablando de una anotación al margen de una carta que Kant se dejó olvidada en el tercer cajón de la cómoda. Pensar en términos morales supone pensar de los otros y de mí que nuestra voluntad se determina de modo racional, es decir, que tenemos la capacidad de decidir por nosotros mismos…, aun cuando en realidad no actuemos así o, mejor, no podamos conocer si de verdad actuamos así. Podría ser que no haya existido en la naturaleza una sola acción moral, afirma Kant; pues Hume bien puede tener razón, y que incluso cuando actuamos de modo caritativo, en realidad no lo hagamos porque ese sea nuestro deber, sino meramente porque, por ejemplo, queremos mostrar una superioridad económica o porque ello nos produce placer. Pero no se trata tanto de que nos limitemos a actuar en conformidad con el deber pero de modo hipócrita, que bien puede ocurrir; sino de que incluso cuando pensamos de nosotros mismos estar actuando correctamente porque eso es lo correcto, esto es en realidad algo en lo que nos podemos estar engañando y que, en realidad, no podemos conocer. ¿Cómo podemos sostener entonces que la moral de Kant tiene algún tipo de interés o vigencia si este admite que no es posible conocer si una acción genuinamente moral ha llegado a tener lugar en la experiencia? De hecho, este parece ser el problema principal para MacIntyre y muchos otros teóricos de moral: la ética de Kant es insostenible por inaplicable o ajena a la experiencia.

Sin embargo, para Kant esto no resta validez a la racionalidad práctica: incluso en un mundo en el que todos traicionan, pensamos de los otros y de nosotros como agentes que no sólo siguen sus inclinaciones, sino que actúan (por sí mismos). Y por esa razón pensamos que podrían, que deberían, actuar diferente (aunque en realidad no lo hagan). Puede que el Tercer Reich fuera inevitable en términos históricos y políticos, pero no nos gusta pensar que no tiene en absoluto sentido la convicción de que no debería haber ocurrido tal acontecimiento histórico. Para Kant, la racionalidad de este “no debería haber ocurrido” o “debería haber sido de otro modo” sólo puede ser salvaguardada por una teoría moral que determine el fundamento del deber ser con independencia del es en realidad que es objeto de nuestra experiencia.

Obviamente, esta ontología modal dualista inquieta a aristotélicos y tomistas como MacIntyre, para quienes esta ruptura entre la naturaleza y el ideal de la razón refleja un abandono del fundamento religioso de la moral. En Kant hay intentos de pensar la conciliación entre lo que pensamos de nosotros mismos y lo que somos realmente, entre lo que pensamos del mundo cuando lo consideramos moralmente o en sentido normativo y lo que este es en realidad. Pero esta conciliación no ofrece garantías. El de Kant es un pensamiento post-metafísico y secularizado. Hay una escisión entre lo que debe hacerse y lo que es, precisamente porque nada nos garantiza que el mundo (en esta y en la otra vida) sea tal como debe ser; es decir, nada nos garantiza que el mundo haya sido pensado y creado por el Dios moral cristiano. La creencia personal en Dios y la experiencia estética no expresan nada sobre cómo sea el mundo; más bien, son los modos como este ser siente y espera que sea el mundo, justamente cuando han desaparecido las garantías del sentido religioso y metafísico del mismo. MacIntyre admite que para Kant la sanción de la moralidad no puede proceder de un mandato religioso. Pero el autor lleva a cabo una reconstrucción de qué sea la agencia moral de Kant como si este la pensara sobre la base de una antropología teológica.

Manuel Sánchez Rodríguez

 

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